El androide

Hay una diferencia entre tú y yo cuando hablamos de informática. Desde pequeño he sentido curiosidad por saber cómo funcionan las cosas. Mi primer impulso al tocar un nuevo juguete no era jugar con él, sino averiguar el secreto que escondía en su interior. Con el tiempo, me di cuenta de que, así, le sacaba mayor partido al juguete y me duraba más que a otros niños, entre otras cosas porque entendía dónde estaban sus límites. Eso mismo pasó cuando descubrí los microordenadores: di por hecho que tenía que aprender a programar aquellos aparatos. Esa es la diferencia…

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Balidos

Siete años después de publicar mi última entrada de esta serie y diez desde que GNU/Linux me acompañe a diario, es el momento de dar un paso más.

Dicen que el tiempo pone las cosas en su sitio. Lo que no dicen es que ese mismo tiempo fue el que las sacó de donde reposaban. Yo sigo esperando a que cumpla lo prometido en el dicho; y no es por malmeter pero le está costando.

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El patito feo

Aunque nunca dejé de seguir su evolución y siempre ha estado en una partición de mi disco duro, GNU/Linux no fue mi Sistema Operativo principal  (de uso cotidiano) hasta octubre de 2006. Iba a daros razones que justificaran el porqué usaba otro Sistema Operativo pero, después de estar un buen rato pensándolo, no encuentro ninguna. Supongo que me dejé llevar por la corriente y no hubo nada que me exigiera hacer el cambio.

En 2004 me autodetecté un bug en mi cerebro que me hizo estar apartado de la informática. Durante los dos años que duró mi retiro voluntario me dediqué a la meditación transcendental y a la lectura. Esta última la tenía demasiado abandonada. Siempre he leído mucho pero, básicamente, me centraba en leer libros técnicos y dejaba para otra ocasión el resto de libros de mi biblioteca. Al final, la ocasión llegó forzada y una de las muchas cosas buenas que saqué de esa etapa de mi vida ha sido mi reecuentro con los «otros» libros.

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