Sueño rojo

Esta noche he soñado. Hasta aquí todo normal. Lo que no es normal es que me despierte de la mala hostia que me ha entrado en el sueño.

Mi primo Toni y yo trabajábamos como maquinistas en Renfe. Él acababa de llegar de no sé dónde y yo del pueblo de al lado. Coincidimos en la estación. Me estaban esperando. Había muchas personas vestidas de rojo y aquello estaba lleno de periodistas. Felipe Massa estaba enfermo y me habían seleccionado para sustituirle en el G.P. de Europa que se disputaba ese año en Valencia, en el circuito urbano. Pero no en el que conocéis, no. El circuito tenía la parrilla de salida en el hueco de las vías 3 y 4 de la estación de Valencia-Nord.

La estación de Valencia-Nord es de las de culo de saco, es decir, las vías mueren en ella. Se había remodelado el hueco de esas vías para alojar la parrilla.

Me vistieron de rojo y me metí en el coche para dar la vuelta de clasificación. El circuito no tengo ni idea de por dónde pasaba. Sólo veía la pista pero no los exteriores de ella. Es increíble cómo el cerebro es capaz de ir a más de 300 Km/h sin haberlo probado antes. ¡Qué aluvión de sensaciones!

Marqué un 1:12:000 y me dí por satisfecho. La carrera era a las 18:00 y yo tenía que estar de vuelta a las 17:05 para formar la parrilla de salida.

Me fuí a comer con mi primo Toni. Nos dejaban llevarnos el coche y, como no sabía dónde dejarlo, lo subimos a su casa, un quinto piso, por la escalera y a pulso, entre los dos. Sí, más de 600 Kg., ¿y qué?, ¡es un sueño!

Lo dejé en la habitación de su hijo de 3 años que era clavadito a M. Schumacher. Era una habitación grande y cabía con holgura.

Fuimos a un bar cercano a comer. Nos pusimos a hablar y se nos pasó el tiempo muy rápido. ¡Coñó! ¡Si son las 17:02! En tres minutos debía estar en la estación con el coche. ¡Ni de coña!

Salimos corriendo hacia casa de mi primo a recoger el coche. Mientras lo bajábamos por la escalera, Toni llevaba a su hijo en una especie de mochila y nos cruzamos con un vecino:

—¿A dónde vais con eso?

—Es un «fedadi dojo» —dijo el niño.

Seguimos bajando la escalera a toda prisa y, una vez fuera del edificio, salí disparado por las calles de Valencia con el coche. Allí por donde pasaba había pantallas gigantes que retransmitían el Gran Premio. Ví que enfocaban el hueco donde debía estar mi coche que, por cierto, era el último de la parrilla. El calvo de telecinco se estiraba de los pelos:

—¡No me lo puedo creer! Ferrari vuelve a hacer una de las suyas. El coche de Molina no se ha presentado. Esto es increíble.

Apreté el acelerador y entraba por el parking de la estación a las 17:50. El parking era como el de El Corte Inglés de la calle Colón. Me equivoqué de planta. ¿Podía salir peor todo? Cuando llegué a los andenes eran las 18:01, la carrera había empezado. ¡Mierda!